lunes, 7 de febrero de 2011

Cerrando la caja

"Al final el bar lo cierran"

Y punto. A cuadros me quedé. "¡Cierran el bar, joder!" pensé. Y me dolía, claro que me dolía. Ver cómo el trabajo de una familia entera durante años y años se va al garete es algo que no se le desea a mucha gente. Pero es así.
"Ostia Dani, qué exagerado eres, tan solo es un bar", dirás. Pues verás, no es del todo así.
Hablo del bar de mi abuela. Bar Restaurante el Tarifa (y no, no estoy haciendo spam). En pleno puerto pesquero de Fuengirola. Empezó siendo un quiosco de lata con una nevera para bebidas, una freidora y una plancha. Situado justo en el flanco derecho de la lonja donde se subasta el pescado de Fuengirola, era de claro ambiente marinero y su atmósfera familiar atrajo no sólo a los pescadores que llegaban de trabajar, sino también a aquellas familias que querían degustar pescado fresco, casi recién cogido.
Los primeros años de mi vida los recuerdo como una conjunción de mesas de bar, cajas de Coca Cola y pescadores. Todos felices y todos contentos, mi abuela regentaba aquel quiosco con una maestría digna de mención. A la edad de 7 años vi como aquel quiosco desaparecía dando lugar a la construcción ya de un bar de ladrillo. Lo llamaron Bar Restaurante el Tarifa, en mención a mi abuelo materno, por entonces aún en vida, ex jugador de fútbol tarifeño que al llegar a jugar en equipos malagueños adoptó el sobrenombre de "El Tarifa". Recuerdo la sensación que tuve al entrar por primera vez en aquel bar nuevo. "Haalaaa, todo esto es de mi abuela". Y es que contaba (y aún cuenta) con una planta baja más o menos espaciosa y una terraza al aire libre en la planta de arriba. Por entonces, con el calor del verano, se colocaban las mesas para la clientela en un espacio de acera justo detrás del bar, comunicando directamente con la cocina. Con el paso de los años el bar fue ganando una clientela fiel cada verano, y pudimos adaptar un pequeño solar justo a un lado del bar para convertirlo en una terraza propia.


Mi hermana María del Mar y yo siempre nos las apañábamos para hacernos amigos de los hijos de los clientes y así no nos aburríamos, pues pasábamos en verano un día sí y otro también. Hasta que un verano quise entrar a trabajar, aprender un poco y ayudar a la familia. Era a la edad de 13 y me puse por primera vez detrás de una barra. Aprendí rápido y ese verano descubrí lo que era tener dinero propio. Desde entonces, cada verano, cada festividad, cada puente... los paso trabajando allí.
Ese bar no es sólo un negocio. Es un punto de reunión de mi familia. Recuerdo haber celebrado más de una Nochebuena y más de una Nochevieja en el bar, con las puertas cerradas, mi familia dentro... y también pasamos muy buenos y muy malos momentos.
Así que, como comprenderás, no es solo un bar. Es una caja donde hasta hoy están guardados la mayoría de mis recuerdos. Recuerdos que, por otra parte, van a permanecer aunque la caja no esté. Es como si de buenas a primeras, te dijeran que la casa donde naciste, creciste y en la que a día de hoy vives, la van a derribar. En fín, es por ello que quería dedicar este homenaje a un bar que, si nada lo remedia, verá como su historia acaba el día 31 del próximo mes de marzo. Deséanos suerte.